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La Ola…

El hombre se asoma al borde del mar, impetuoso, ruidoso y azul oscuro, casi negro. Mira, se gira, saca el móvil y se hace un selfie con el fondo del mar.

La mujer, vestida con pantalón vaquero, camisa larga, pañuelo atado al cuello cubriendo la cabeza y, sobre esta, un sombrero, está sentada a su lado en la arena. Tan solo asoman sus pies, desnudos, está sentada en la arena, sonriendo, mojándose con las olas furiosas. La ola alta la envuelve, la azota y juega. Ella no se hace un selfie, tan solo sonríe y se deja mojar entera, entera ella y su ropa.

Otra mujer, en bikini recién estrenado, la mira al principio y no entiende: ¿por qué vestida?, después mira al hombre del selfie que va con ella y lo ve, sus rasgos, su cultura… él se baña en traje de baño, ella no. Reflexiona, piensa y observa. Ella, en bikini recién comprado deja que las olas azoten su cuerpo casi desnudo. La otra ella se sienta en la orilla y deja que su ropa se moje, sepa a sal.

El hombre se acerca y con un trueno más ronco que las olas del mar se dirige a ella. No se oye lo que dice pero se escucha su voz y se ve su cara, frunce el ceño, levanta la mano indicando (ordenando) que se acabó. Pero ella sonríe como una niña y se queda un rato atemporal. La mujer del bikini mira la escena, sonríe con ella, observa la pequeña batalla ganada. Hasta que la ola majestuosa e impetuosa se derrama sobre la mujer vestida hasta calar toda su ropa, hasta el sombrero. Solo entonces y con la misma sonrisa, se levanta y se va a la arena seca, hacia las sillas. Allí está el hombre, que ni la mira mientras recoge sus cosas. Ella se sienta impasible en la silla y mira al cielo, junta las palmas y se queda así, quieta, mirando al cielo. Él se va. Ella se queda sola. La mujer del bikini siente su soledad, quizás no esté tan sola como parece. Ella, ellas, cerrando siempre los círculos como las olas.

¿Qué es una ola? ¿cómo es una ola? La sola definición de la palabra «ola» lleva la definición. La sola palabra «mujer» ¿la lleva? Si tuvieras que definir una ola ¿cómo lo harías? La mujer del bikini piensa todo eso mientras mira a la otra mujer juntar las manos y mirar al cielo, es como si quisiera comunicarse mentalmente, es como si lo hiciera.

¿Qué es una ola? «Onda de gran amplitud que se forma en la superficie de las aguas», pero también es «fenómeno atmosférico que produce la variación de temperatura»… Hay olas del mar, olas de calor, de frío, olas o corrientes que te atrapan, que te giran, que te voltean, olas para describir movimientos y avances… Sigue pensando la mujer del bikini.

«Para mí una ola es circular, observas que el agua sube y en ese ascenso se riza, hace un bucle, que entra en sí misma y pobre de lo que pille dentro de ese bucle, pobre si no estás prevenida porque girarás con ella. Pero si estás prevenida podrás bailarla, dejarte llevar, rodar sin resistencia, sin fuerza, dejarte fluir, dejarte llevar…» Eso piensa la mujer del bikini, probablemente también lo piense la mujer del sombrero que ahora está tan solo mirando al mar ajena a las otras miradas, a lo que hacen los demás, incluido el hombre que ya no está. El hombre no ha intentado bailar las olas con ella, tan solo se ha mirado a sí mismo a través de la cámara del teléfono. A sí mismo, selfie, una foto a sí mismo con un decorado, el mar, el eterno mar. El mismo mar que ha rodeado a la mujer hasta bañarla por completo, pantalón, camisa, pañuelo, sombrero y sus pies desnudos.

A veces el mar viene en otras formas, aéreas, sólidas, y te pega otro revolcón igual que las olas. Pero en esas ocasiones no sabe a sal, en esas ocasiones sabe amargo. La mujer del bikini nuevo ya no lleva bikini, ahora se ha desprendido de la parte de arriba y luce sus pechos de mujer madura, sin complejo, sin pudor. Se tumba al sol y deja que este la rodee entera, la acaricie, la muerda… el sol y el viento juntos jugando con su piel, una piel gastada que libró varias batallas contra sí misma, la única enemiga que habitó en ella hasta hoy.

Desprenderse de la ropa, dejar la desnudez inundar todos los sentidos, pensar en el origen de las cosas, en el origen de los cuerpos que son tan diferentes dependiendo de la mirada que los contemple. Una mujer desnuda, otra vestida, otra semidesnuda, ¿acaso son iguales?, ¿no sienten, piensan de la misma manera? El vestido que la mujer del bikini ha escogido para esa noche es largo, con flores y cruzado al pecho que, si no llevas nada debajo, mostraría un escote profundo. Pero ella se ha puesto un top negro que tapa ese corte, es como esos parches que se ponen en los ojos las personas para no ser reconocidas en los documentales o reportajes de televisión. Es un parche negro que indica que no quiere ser reconocida en su feminidad, o al menos no del todo. Y, sin embargo, no consigue que las miradas no vayan directamente a ese punto, sobre todo las de ellos que juzgan el aspecto y, a partir de ahí, también las posibilidades. Así de simple, el vestido marca si hay que hablar con ella de cosas triviales, hacer bromas, reír e intentar algo más, o hablar de cosas serias, como el trabajo, los idiomas, el panorama económico y quedarse ahí. Si se trata de ellas, el vestido determina si se habla de hijos, padres, madres, enfermedades o, simplemente, no se habla. Simplemente se mira como si esa persona, esa mujer, no perteneciera al clan de la buena esposa, de la buena mujer. Las miradas, sus miradas, determinan la desnudez por cómo se relacionan.

Pero la mujer del vestido ahora ya no piensa en nada más que en las olas, esas olas que han conseguido que ella y la mujer vestida en la playa, estén juntas y tan solo armadas con sus cuerpos para bailarlas, disfrutarlas y fundirse con ellas, fundirse con el poder transformador de un mar poderoso e imparable.

 

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