Hoy es el día esperado, no hace falta que llamen a tu puerta para despertar y abres los ojos y la ves, preparada y lista para acompañarte. Hoy no hace falta que papá te ponga una carita «happy» por vestirte solo porque ya lo has hecho y, francamente, no la necesitas porque es hoy. Corres a la cocina para tomar tu desayuno, sonríes y haces algún comentario a mamá que te mira complacida, hoy no hay gritos ni relojes, ni amenazas.
Traes tu maleta cargada de sonrisas, palpitaciones, sudor y palabras entrecortadas. Esperando que llegue ella, la de la sonrisa amplia que te toca la cara y te dice que sonrías porque así todo vuelve a ser amarillo. Parece que el tiempo no pasa, tan solo piensas en tu maleta repleta de secretos, de un trozo de ti que pondrás a disposición de otros, tus otros yo, los que cada día se sientan contigo en el mismo espacio y comparten colores, rojo, amarillo, verde, gris, azul o rosa. Ellos que también escuchan como tú, «siéntate bien, atiende, agarra bien el lápiz»…
Hoy la protagonista eres solamente tú, cuando abres la maleta y todos tus compañeros se inclinan hacia ella y abren los ojos, se hace el silencio y ahora es el momento de explicar por qué elegiste tus objetos favoritos. Y ella sonríe, abre mucho los ojos y exclama.